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Isabel Del Rio, Isabel del Río Sanz, @IsabelDlRio y @miransaya
Terapias naturales y holísticas en ANIMA

sábado, 29 de diciembre de 2012

Nieve 17. Fantasmas de Nieve


Junto con Max, pues ese era el nombre del hombre de la ventana, alzamos la puerta y la volvimos a colocar en su lugar.
—¿Un té? —preguntó encendiendo el fuego de la cocina, separada del salón y de la ventana tan sólo por una barra americana.
—Sí, gracias —acepté sin mucho convencimiento.
Max continuaba vigilándome con suma cautela, mantenía un ojo sobre mí en todo momento y yo no se lo reprochaba. Según me había contado, se le habían aparecido tres seres desde los primeros copos de nieve, todos ellos muertos hacía años. Se parecían las mismas personas que él recordaba, aunque su piel era azulada y sus voces parecían livianas y lejanas. Verme a mí, mientras correteaba ataviada con un vestidito de verano, lógicamente le hizo recordar aquellas escalofriantes visitas, y seguro que esperaba que realmente fuera un fantasma.
—Entonces… ¿No tienes frío? —preguntó señalando mis pies descalzos.
Negué con la cabeza y miré por la ventana al edificio de enfrente. La vida parecía haber tomado sólo aquella habitación. El resto de la ciudad permanecía en letargo.
—¿Y cómo es eso posible? —Con cada pregunta parecía menos temeroso y más interesado por mi condición.
Dejó caer una bolsita de té en una taza y la llenó de agua humeante antes de tendérmela. Yo alargué los dedos y la rocé. El calor me resultó desagradable e inquietante, así que en el momento que él la dejó ir me concentré para que el agua se congelara por completo. Algo que no pasó desapercibido para Max.
—¿Cómo lo haces? Por favor, explícamelo. Todo lo que está ocurriendo es de locos. No he podido comunicarme con nadie desde que la tormenta arreció y las únicas personas que he visto… Bueno, si puedo llamarlas así, querían matarme.
Sus ojos castaños se tiñeron de tristeza al pronunciar aquellas palabras, pero en seguida se recolocó un mechón tras la oreja y sonrió.
—Puesto que no tenemos mucho que hacer, ¿qué te parece si me lo cuentas?
Al observarle caminar, estudiar sus agradables facciones y su porte, me di cuenta de que la antigua Beth habría caído a sus pies, pero ahora no sentía nada, para mí era un animal débil que me hacía la boca agua como una hamburguesa completa. Aunque su forma de hablar y actuar me resultaban curiosas... Era un personaje fascinante y había logrado sobrevivir por sus propios medios a lo que había terminado con el resto de la ciudad.
—Es largo de contar, pero digamos que me convirtieron. Antes de la nevada yo no era así —respondí sentándome junto a él frente a la ventana—. Y tú, ¿cómo has sobrevivido?
Su sonrisa se torció un segundo y después miró una pila de libros que había junto a una chimenea encendida.
—Gracias a mi pasión. Soy escritor y siempre me han fascinado las historias de seres fuera de lo común, entre ellos los fantasmas. Según las leyes de algunos pueblos esquimales, has de envolver a tus muertos en pieles o éstos volverán a levantarse. Te parecerá extraño, pero esos seres no soportan el calor, así que he estado quemando libros y manteniendo la habitación sellada desde que lo descubrí.
Max hablaba con naturalidad, como quien explica a un amigo algo que le acaba de suceder en la cola del banco. Quizá había perdido la cabeza, pero en su situación, ¿quién no lo habría hecho? ¿Y quién decía que yo podía juzgar la cordura de una persona?
—No puedes quedarte aquí —sentencié.
Él tomó un sorbo de su té y volvió a recorrerme con la mirada.
—¿Y a dónde quieres que vaya? —preguntó.
—Vendrás conmigo. Yo cuidaré de ti.
Su sonrisa se ensanchó y terminó su taza de dos tragos.
—Muy bien, ya estoy listo —dijo calzándose unas botas de montaña.


Astrid, capítulo 71: La llamada que lo desató


Jueves, 30 de octubre de 2008
En Barcelona

Después del viaje, Laura está distinta conmigo, quizá es que yo también lo estoy con ella, y creo que Bernard se ha dado cuenta porque ha dejado de presionarla para que se marche.
Al llegar a casa me preguntó si todo había ido bien y, cuando le dije que sí, que habíamos hablado y que ahora podía entender un poco por qué se había portado tan mal conmigo, él sólo bajó la vista y preparó la comida en silencio.

Riiing… Riiing…
El teléfono suena. Salgo corriendo de la habitación y dejo mis pinturas tiradas por el suelo. Descuelgo sin aliento.
¿Diga? pregunto.
Eh…hola… ¿está Bernard?
Esa voz… La reconozco.
¿Mario?
Silencio. No ha colgado, su respiración entrecortada e incómoda sigue ahí.
Hola, Astrid.
Hola… Cuánto tiempo digo emocionada.
No quería hablar contigo oigo en mi cabeza , le asquea verse obligado a conversar con la niña molesta que lo enredó…
No, no está Bernard mi voz suena lejana, ajena.
Bueno... quería hablar con él...
¿Ves? Quería hablar con Bernard, no con la puta de 13 años que sueña con él cada noche Risas y más risas resuenan en mi cerebro.
¿Y tú qué tal? pregunta.
Me muerdo la lengua para contener las palabras que iban a salir por mi boca. Saboreo el metal carmesí, caliente y líquido, y contesto.
Está en la librería, si quieres te doy el teléfono de allí, aunque está muy ocupado y puede que no te lo coja… También puedo tomar nota del tuyo y él te llamará luego.
Desearías que te dijera que no hace falta, que te contara cuánto te añora… Su sorna agujerea desde dentro mis oídos.
Bueno... dame el de la tienda... Yo lo llamo responde Mario.
Lo musito mecánicamente. Trato de contener el dolor de cabeza que lucha por salir entre mis dientes; un grito de auxilio en forma de afilados reproches.
Adiós digo.
Cuelgo.
Niña tonta. ¿Te resistes? ¿Cuánto crees que aguantarás con el dolor que te consume?
Déjame en paz, déjame… Las lágrimas se desbordan y corro a refugiarme en mi habitación para que nadie me vea así.
Laura se cruza conmigo en el pasillo. Me para y me agarra por los hombros.
Astrid, ¿estás bien? ¿Qué ocurre?
Nada respondo secamente.
Vamos, Astrid, ¿qué ha pasado? ¿Ha sido Bernard?
¿¡Ahora te preocupas zorra?! grito . Me abandonaste y ahora me he convertido en un monstruo como tú.
El portazo resuena en el pequeño piso. Escucho romperse el espejo del pasillo al chocar contra el suelo.
Yo no he sido… no he sido… susurro entre hipidos . Yo no quería…
Eso da igual, pronto harás lo que yo te mande.
Es alto, de cabeza cuadrada y rasgos marcados. Sus ojos son azules, como los de papá, y me hielan el alma. Es demasiado fuerte.

(Fragmento enlazado con el nº110 de Mario)